Renacer con Voz

Dirigido a personas que han vivido abuso emocional, maltrato o situaciones de dolor emocional profundo. Busca acompañar, inspirar y ofrecer herramientas para el proceso de sanación

Despertando al daño

Hola.

Quiero hablarte de estos últimos tres meses.
Aun cuando ambos somos protagonistas de esta historia, quiero que sepas cómo los he vivido, lo que he pensado, lo que he sentido.

Ese día, hace tres meses, vi en ti una ira que hacía tiempo no veía, parecía brotar desde lo más profundo.
Salía por tus ojos, se manifestaba en tus movimientos. Eran gestos cargados, bruscos, violentos. Las palabras también lo eran: duras, insultantes, hirientes.

Me sorprendió que empezaras a hacer tu maleta, que me dijeras que desde ese día no estaríamos juntos.
No lo esperaba.
Pensé que sería como otras veces: te enojarías, pasaría el momento… y volverías.

Y sí, esa noche regresaste.
Pero en tus ojos seguía ese mismo coraje.
No solo no había disminuido: era más fuerte.
Tu mirada me seguía, me desafiaba.
Parecía que solo esperabas una palabra mía para estallar.
Lo noté.
Y logré guardar silencio.


Al día siguiente fue igual.
Te fuiste y volviste.
Pero esta vez regresaste de madrugada. Me desperté de golpe, instintivamente pregunté:
—¿Qué haces aquí?

Tu respuesta seguía llena de rabia.

—Vengo a MI casa.

Te pregunté:
—¿Por qué estás tan enojado? ¿Con quién tienes todo ese coraje?

Y me volteaste el espejo:
—Contra ti. Tú me arruinaste la vida.


Al tercer día, otra vez.
Te fuiste.
Volviste.
Y esa noche, aunque seguías tenso, el enojo parecía haberse suavizado un poco.
Te pregunté:
—¿Por qué vas y vienes con una maleta?

Me respondiste:
—Porque en la mañana quiero irme… pero cuando llega la noche, quiero regresar a mi casa.

Tuvimos algunas palabras más, esta vez más tranquilas.
Pero no fueron suficientes para que buscaras un verdadero acercamiento.
Al contrario, al día siguiente estalló una tormenta.


Una ira que duró semanas.
Donde descargabas todo tu enojo en mí, día tras día.
Internamente, yo seguía esperando ese momento, como antes,
en el que buscarías mi mirada, te sentarías conmigo, y me dirías: “Lo siento.”

Pero ese día nunca llegaba.
Y esta vez, por primera vez… tampoco salió de mí.
Ya no podía.
Estaba demasiado agotada.


Los dolores se acumulaban, uno por día.
Y cada uno era más fuerte que el anterior.

Mientras todo sucedía, yo pensaba:
Hoy vendrá, intentará disculparse.
Pero no.
No llegaba.
Y empecé a pensar en lo que diría si llegaba ese momento:
Tienes que ser firme. Tiene que saber cómo te está lastimando.

Pero seguías viniendo.
Solo a descargar tu coraje.


Finalmente, el día de respiro llegó.
No sé cómo.
Pero llegó.

Yo estaba drenada.
Y tú, haciendo cosas que nunca, en un millón de años, habría imaginado.
Cosas que, si alguien me hubiera advertido, no habría creído.

Compraste los boletos para ti y para nuestro hijo,

Sin consultarme, sin aviso.

Y se fueron, a pasar la Navidad a tu país.

Y dentro de mí, pensé que sería nuestro momento de valorar, de extrañar, de digerir todo.
Al principio, creí que así había sido.
Pero no sé si tu regreso a la rutina despertó de nuevo esa rabia.
Esa que no se ha ido.
Y que terminó siendo más fuerte que la separación.


Desde entonces he visto pequeños intentos por arreglar las cosas…
Pero las actitudes, los hechos, dicen otra cosa.
Me dicen que no quieres estar cerca.
Que ya no hay —ya no está— eso que alguna vez nos mantuvo unidos.


Yo soy esta persona.
Puedo mejorar, claro que sí.
Hay muchas cosas en mí que pueden crecer.
Pero no puedo cambiar mi esencia.
No puedo renunciar a lo que soy.
Puedo tener metas.
Y puedo lograrlas.
Pero el camino… elijo recorrerlo a mi manera.

Puedo escucharte.
Puedo considerar tus ideas.
Pero la decisión será siempre mía.


Quizá tú me quieras.
Pero no de la forma que yo necesito.

Y cuando pienso en lo nuestro, me doy cuenta:
nuestro mayor conflicto está en nuestras raíces.
En nuestra historia.
En nuestras culturas.

Tú me pides ser algo que llevo años intentando dejar de ser.
Y yo, solo quiero ser quien nunca me dejaron ser.

Tú quieres que me valga por mí misma, en todos los sentidos.
Pero también quieres que cargue con toda la responsabilidad de mi independencia y de la familia.

Yo quiero ser una mujer independiente,
pero también quiero ser mamá,
y también quiero ser compañera.


Si tengo que hacerlo todo sola, lo haré.
Pero estaré sola.

Porque yo quiero una pareja.
Una donde también exista yo.
Mis sueños.
Mis proyectos.
Mis emociones.
Mis problemas.

Quiero alguien que escuche,
que apoye,
que elija estar conmigo todos los días.

Quiero alguien que no huya ante la primera incomodidad,
que no busque cualquier excusa para irse con alguien más.

Quiero crecer con alguien.
Compartir.
Buscar soluciones juntos.

Quiero que su motor sea la familia.
Que le importe cómo me siento.
Que reconozca mis valores.
Que me ame.

Y que quiera lo mismo de mí.


Hoy sigo viendo tu enojo.
Escucho lo que dices querer…
pero veo lo contrario en tus actos.

Han pasado tres meses.
Y seguimos separados.

_________

Gracias por leerme. Si estas palabras resonaron contigo, quizá también estés aprendiendo a darle nombre a la violencia.

— Renacer con voz

Posted in

Deja un comentario